***image1***Aisha es una anciana que está en sus 70âs. Su rostro soporta la historia de Palestina y de su pueblo, desde el desastre hasta la resistencia. Cuando la ves, uno recuerda un olivo romano atado a la tierra con sus raÃces profundamente enterradas. Ella habla con determinación y convicción, recordando la lucha de su comunidad contra el Muro del Apartheid y la Ocupación.
“Nosotros no les tememos. Ellos se tienen que acostumbrar a la idea que esta tierra es nuestra tierra y que no la abandonaremos. Nosotros no escaparemos de ella, incluso aunque nos prohÃban acercarnos. No abandonaré mi tierra.”
Aisha ha sido la columna vertebral de su familia por muchos años. Ella vive con su hijo y su familia, un total de 17 personas. Ellos comparten un terreno de 18 dunums en el pueblo de Budrus, al oeste de Ramallah. A pesar del modesto tamaño del terreno familiar, ellos han contado con él para su sustento. Ahora la tierra ha quedado aislada producto de la construcción del Muro del Apartheid, y la familia ha perdido su fuente de subsistencia.
Con un dolor obvio, Aisha nos cuenta cómo su tierra ha sido destruida por el Muro. “Setenta árboles han sido removidos de mi tierra y reemplazados por concreto”. Debido a la enfermedad de su hijo, Aisha tuvo que trabajar la tierra por años, para poder mantener a sus nietos. Su producción era la mayor fuente de ingresos de la familia. Con la llegada del Muro que los privó de estos ingresos, la familia ha tendido que confiar en la ayuda externa para sobrevivir. Señala: “El Muro ha destruido nuestra tierra y nuestra fuente de subsistencia, ahora vivimos bajo la misericordia de la ayuda entregada por donantes”.
Una familia destruida por el Muro
La tierra, los árboles y la familia de Aisha son una sola unidad que ha quedado totalmente destruida por el Muro. Los olivos fueron plantados y cuidados por Aisha, llegando a ser como una madre, hermana e hija para ella. Luego la Ocupación vino para removerlos.
“Cuando era niña solÃa plantar esos árboles. SolÃamos cargar agua sobre nuestras cabezas para regarlos. Esos árboles son como mis hijos. De esos olivos nosotros produjimos aceite para cubrir todas nuestras necesidades. HacÃamos 6 o 7 cajas de jabón con ese aceite, por lo que nunca comprábamos en el comercio. Plantábamos tomates, berenjenas, trigo y calabacines entre los olivos. SolÃamos producir muchos y venderlos. Esto era nuestro principal ingreso para vivir.”
Una hermosa mirada artÃstica
Las montañas, naturaleza, animales pastando, praderas y los pastores representaban la belleza de una zona que Aisha tiernamente recuerda. Ahora el Muro y la Ocupación han destruido la existencia palestina de sus tierras.
“Nosotros solÃamos plantar y cultivar nuestra tierra. Yo cuidaba ovejas. SolÃa llevarlas y alimentarlas en las montañas. Ahora, ellos me vuelven loca con sus Muros y puestos de control. Ellos continuamente me dicen “anda hacia allá” o “ven acá”, “¿cuántos años tienes?”, “¿hacia donde vas?” e interminables preguntas. Ya no hay más lugares donde pueda llevar mis ovejas. Las tuve que vender, ya que no las puedo alimentar. Ya casi no me puedo alimentar yo misma. La mayorÃa de mi aldea ha tenido que hacer lo mismo. Este Muro está realmente estrangulándonos. Nuestra tierra está a menos de 3 kilómetros de nuestra casa, pero ya no se nos permite ir hacia allá, ni siquiera acercarnos a más de 30 metros del Muro. Vivimos en una gran cárcel. Ahora los caminos hacia la aldea desde el oeste y desde el sur y Ramallah están bloqueados (el centro del distrito). ¿La gente piensa que los palestinos que están en la cárcel son los únicos prisioneros? Nosotros estamos prisioneros, pero en nuestras casas y aldeas. Nosotros solÃamos ir a los lugares abiertos para recolectar distintos tipos de zaâater, zotoman y akood (todas hierbas silvestres para cocinar). Ahora ni siquiera podemos recolectar heno o un poco de madera para hacer fuego en nuestros hornos. Ahora ni siquiera puedo tener calefacción en invierno.”
Pero incluso bajo esta adversidad, Aisha demuestra fuerza y determinación para proteger su tierra. Esta anciana forzó a las excavadoras de la Ocupación a detenerse. Su fortaleza y convicción lograron que los soldados retrocedieran frente a ella.
“Un dÃa los soldados vinieron y empezaron a poner letreros en los olivos. SabÃamos que eso significaba que los iban a arrancar. Cuando vinieron en la noche, toda la aldea se despertó y corrió por la tierra forzando a las excavadoras a detenerse. ¿No dice el proverbio que todos moriremos al final? Encontramos la mitad de los árboles removidos y me encontré a mi misma lanzándome hacia una excavadora. El chofer de la excavadora saltó de ella y salió arrancando. ¿Qué esperaban? Si ellos vienen a matarnos, esperaremos frente a ellos y seguramente cada uno de nosotros morirá. Todo la aldea unida, desde el más joven al más viejo, hombres y mujeres, reunidos en las tierras, logrando detenerlos por cuatro meses consecutivos. Ahora ellos vienen con un gran número de soldados y suelen golpearnos duramente con palos. Hasta ahora aún me duelen partes de mi cuerpo.”
Castigos colectivos y brutales ataques
La Ocupación, desde el comienzo, ha castigado a las madres palestinas por traer nueva vida a Palestina. Aisha señala cómo “hasta ahora su cuerpo está cubierto por los signos de golpes y duele especialmente en mis pies. Recuerdo una vez que traté de tirar a un niño de sus manos. El soldado me golpeó el rostro con su casco militar. Toda mi cara sangró. Ellos arrestan indiscriminadamente a todos los jóvenes que defienden su tierra. Ellos habitualmente arrestan a la juventud, los detienen y golpean severamente antes de dejarlos ir. Todas las mujeres de la aldea solemos reunirnos y tratar de arrebatarle los jóvenes de sus manos. La última vez, estaba yendo a un funeral cuando un joven comenzó a gritar pidiendo ayuda. Corrà tan rápido como pude hacia él, junto a un grupo de mujeres, para liberarlo de las manos de los soldados. Lo encontré atado junto a ellos. Asà que lo tiré mientras el resto de las mujeres estaban peleando con los soldados. En un cierto momento, los soldados notaron mi presencia, por lo que corrieron hacia mi y me golpearon en un pie con sus botas y luego nuevamente con un palo en mi cara. Fui al doctor para revisar mi rostro. El doctor me dijo que mis huesos no podrÃan aguantar una nueva golpiza. Significa que simplemente tendrÃa serias lesiones si eso pasara. Pero ¡¿qué quiere el doctor que haga?! Nosotros somos las madres de Palestina y no hay nada más que podamos hacer. ¿Acaso él quiere que me quede mirando cómo ellos se llevan a nuestros niños y no haga nada al respecto? Nunca se los permitiré. No les tengo miedo.”
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